Estaba sola y se preguntaba si era un buen momento para llorar. Si tenía sentido abrazar sus rodillas, esconder la cabeza y pegarse una de esas llantinas de aúpa, de las que luego te dejan la cabeza embotada y el alma triste. De ésas que luego te miras al espejo y ves unos ojos que no deberían estar tristes, no en este momento y no en este lugar.
Tenía ganas de escapar de sus demonios una vez más, pero esta vez para siempre. Pero, como cada vez que lo había intentado, cuanto más próxima se encontraba a ese estado que anhelaba y cuanto más tenía que agradecerle a quien correspondiera, a quien quiera que fuese el que le daba y quitaba desde entonces hasta ahora... se equivocaba de camino. Otra vez. Cuando, después de mucho esfuerzo, muchos días perdidos de pura desesperación, de puro odio, de puro miedo y también de pura ira, cuando había sacrificado tanto, de nuevo, como era habitual en ella, volvía a dejarse llevar.
Se preguntaba cómo era capaz de hacerlo. Cómo era capaz de remontar y caer tantas veces. Cada vez más alto; cada vez más bajo. Se preguntaba cómo era posible cometer una y otra vez el mismo error, y sabía que si ahora su proceso de recuperación era más rápido era porque sabía, porque había aprendido que ése no era el camino. Y entonces, ¿por qué lo retomaba una y otra vez?
Y de repente, mientras se mecía adelante y atrás intentando no dejar escapar esos demonios que le atrapaban alma, corazón y cuerpo, se dio cuenta de que lo había tenido en sus manos y lo había dejado escapar. Esta vez era real, esta vez no era como muchas otras en las que había pensado que estaba en el buen camino. Esta vez era cierto, porque lo había notado. Se había sentido libre, se había sentido dichosa, había desterrado sus temores, se había enfrentado a ellos, había decidido que no eran más fuerte que ella, los había vencido por el momento, había ganado su primera batalla.
Y luego los había vuelto a dejar entrar con pasos de gigante. Había vuelto a perder la perspectiva de lo que de verdad importa. Lo que de verdad importa, decidió, no son esas pequeñas cosas que te martirizan; lo que de verdad importa es el resultado global, lo que de verdad importa son esos momentos...
... esos momentos que a veces echaba a perder porque de pronto sentía miedo, se sentía de nuevo al borde del abismo, sentía de nuevo ese terror que le impedía avanzar, que le impedía decir la palabra justa y a cambio decía todo lo contrario. Cuando en vez de decir "te quiero" decía "no puedo ser feliz así". Cuando volvía a sentirse esa niña aterrada, llorando en la esquina de aquella habitación preguntándose qué tenía qué hacer a continuación, si disimular y hacer como si no hubiera ocurrido nada, si salir corriendo o si enfrentarse a ese demonio que le había robado la vida. Cuando volvía a sentir que de nuevo iba a perder lo que más quería porque se negaba a creer que se lo merecía, que merecía que le pasaran cosas buenas, que merecía que la quisieran, que merecía esos besos, esos abrazos y todos esos momentos de complicidad y de amor.
Y una vez más decidió que no quería volver por ese camino, que sólo desembocaba en angustia, desesperación y tristeza. Y de nuevo supo qué era lo que quería, y lo tenía a dos pasos... y una vez más decidió seguir luchando, aunque ello conllevara caerse una y otra vez. Pero lo bueno era que se levantaba, siempre lo hacía, unas veces tardaba más y otras tardaba menos, pero siemprelo hacía. Cada vez mejor, cada vez más rápido.
Y como había dicho el día anterior... "calculo que para cuando tenga 60 años ya estaré completamente bien", una broma que tenía algo de realidad, pero cada vez estaba más y más cerca, y ya lo había tocado una vez, y nadie iba a impedirle tocarlo muchas más veces, o eso esperaba. El miedo seguía estando ahí, y la sensación de no merecerlo también, pero poco a poco, paso a paso, tropiezo a tropiezo, lo iba consiguiendo...
Así que decidió que no era el momento de llorar, sino de actuar. Y aunque por sus mejillas rodaron unas cuantas lágrimas al escribir para sí misma todo cuanto era y desnudar su alma para intentar entenderla un poquito más, se sintió orgullosa de sí misma, porque de nuevo había elegido no rendirse... y quiso decírselo a alguien, pero no estuvo segura de si esa persona en ese momento sería capaz de entender, sobre todo teniendo en cuenta que a ella le había costado diez años comprenderlo...
15 de julio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me parece a mí que a la protagonista, le ocurre que está muy acostumbrada a sentirse así, simplemente.
Como el alcohólico que no puede dejarlo, lo sufre, pero no puede dejarlo.
Y solo hay que dejarlo, siendo fuerte, y mandando a la m... las cosas malas que uno piensa a veces sobre sí mismo.
No hace falta esperar a los 60.
Publicar un comentario